20 julio 2009
08 julio 2009
30 junio 2009
Recapitulando
Good luck
So after all, this Patagonian Heidi can consider herself pretty lucky. She was born in an Earthly Paradise to a loveful family. You take it from there.
I just got back home after a week in Paris. (...) 7 days to keep on saving up in my great bank account of happiness. And even though I have a very hard time saying goodbyes and I’m really bad in holding my tears, they wash out my heart from weird and mixed feelings and then it’s all clean and nice and it smells like joy and gratefulness.
The sadness from goodbyes goes away when I realize that the people and the places I love si fort come with me wherever I go. I even heard it from the airport bus driver’s mouth, he told me: “N’importe où tu vas, moi j’y vais” (“Wherever you go, I’ll go”)
(...)
But I still don’t get it, what’s good luck and if I’m really a lucky woman. If everybody gets what they deserve, what did I do to get this much?.
Good luck, blessings, de la chance... or whatever it is, out there there’s somebody/something that loves me very much.
27 mayo 2009
Cacofonía
12 mayo 2009
Altruismo
Hoy pensaba en el altruismo.
Pensaba que posiblemente sea el sentimiento más evolucionado que exista. Como una forma perfecta de amor. Perfecta en el sentido aristotélico, es decir, como una idea, un concepto que existe más allá del mundo material.
Cuando uno ama, ese amor nos proporciona a nosotros mismos un estado de bienestar. Es un efecto bumerang que nos hace sentir bien a nosotros también, además de a la persona amada. Cuando amamos, hay un destinatario de ese amor y esta persona sabe que es amada por nosotros.
Sin embargo, en el altruismo –creo yo- que se trata de un amor sin caras. El recipiente de mi amor no sabe quien soy ni yo quien es él. Un amor anónimo. Escribo esto y me viene una imagen un poco particular a la cabeza: me imagino poniendo este amor en una especie de circuito, de cinta transportadora universal. Soltando este amor tan grande y puro para que lo tome quien lo necesite. Esto genera un sentimiento de desinterés, de no-egoísmo. De realizar la acción por la acción misma, sin esperar resultados, compensaciones ni beneficios a cambio.
Estuve leyendo un poquito y pude reconocer conceptos altruistas en las principales religiones, no sólo las monoteístas donde el concepto de “ama a tu prójimo como a ti mismo” se repite.
También encontré a una serie de pensadores (La Rouchefoucauld o Mandeville) para quienes el altruismo en realidad no existe. A pesar de que una acción pueda parecer desinteresada, el fin último es el bienestar propio. Por ejemplo, se hablaba de un bebé en un incendio. Quien recurra a ayudarlo y se sacrifique por hacerlo, en realidad, en el fondo, la motivación última, detrás de la acción, es la de prevenir el sentimiento de culpabilidad que puede perseguirnos de por vida por no haberlo hecho.
Si bien no estoy de acuerdo, tampoco creo que sea el mejor ejemplo. Así como tampoco creo que lo sea hacer una donación a la iglesia después de la misa o dar una limosna al mendigo que está en la puerta. Los actos para silenciar nuestra conciencia, lejos de ser altruistas, son puramente egoístas. Tampoco estoy diciendo que acciones egoístas no puedan tener consecuencias positivas, pero no es a lo que me estoy intentando referir, quiero hablar de la motivación de las acciones.
Otros pensadores más radicales dicen que el hombre no tiene derecho a existir por sí mismo y que la única justificación a la existencia es el servicio a los demás. Nuevamente, me parece equivocado. Cada uno tendrá su propia motivación. Es absurdo querer unificar.
Yo sólo me limitaba a pensar en mis propios actos que yo considero o consideraba altruistas y debo reconocer que me cuesta determinar si, según mis propios parámetros, tal o cual acción lo fue.
Por ejemplo: yo trabajé (voluntaria) durante 3 años en una villa extremadamente pobre. Las “casas” tenían 3 paredes, literalmente, una les quedaba abierta, a la intemperie. Dormían en un pozo en el suelo de la casa, en la tierra, con varios perros para que les den calor. En invierno, los nenes no podían correr, los que tenían la suerte de tener zapatillas, eran tan grandes que casi no podían caminar. Cuando pasaba el tren, se subían a robarle la yerba y el azúcar al maquinista porque no había nada más. En fin, ese sería otro post, no sigo. Iba a que yo disfrutaba tanto yendo cada sábado ahí a hacer la tarea con los chicos (aunque esa era la excusa, el verdadero objetivo era enseñarles a leer y escribir a los padres). En un principio fue duro y todo el trayecto de vuelta en colectivo a mi casa, volvía llorando de la impotencia. Pero poco a poco aprendí a ver más allá de lo que veían mis ojos y se convirtió en una satisfacción enorme. Ya hace varios años de esto y cada vez que lo recuerdo, me vuelve esa sensación de cariño que sentía cada sábado. Pero me preguntaba si era un verdadero acto altruista o no. ¿Cuál era la real motivación? Por supuesto que yo no esperaba nada a cambio, nada material, ¿pero sería esa sensación de cariño o la de sentirme útil o la de creer que, en una minúscula proporción, estaba contribuyendo a algo, la sensación que me motivaba?
Por estos días ocurrió otra cosa que nuevamente me hizo revolver en mí y buscar el inicio del ovillo. Todavía lo estoy buscando, como Teseo.
¿Será que, como dije al principio, es un concepto aristotélico perfecto por lo cual, imposible, que exista en realidad? Sé que le estoy dando demasiadas vueltas y sobre racionalizando algo, en apariencia, no tan complicado. No lo puedo evitar.
En todo caso sí estoy segura que los momentos más felices de mi vida están vinculados a este tipo de sensaciones tan puras, donde no necesitas recibir nada a cambio. Donde el amor que das es la sola motivación. Como si encendieras una linterna poderosa apuntando hacia el infinito y, en algún lugar, alguien, con un espejo gigante, te devuelve el mismo haz de luz que te calienta el corazón.