Mi panza a los 7 meses. Foto de IG |
A pocas horas, días, semanas de que mi vida cambie radicalmente y de tener en mis brazos a nuestra bebé, las emociones son tantas que me es muy difícil plasmarlas en un texto coherente. Lo quise hacer a lo largo del embarazo pero me fue muy difícil. Tenía las ideas en mi cabeza pero al intentar expresarlas, no pude dar con nada demasiado lógico. ¿Será por eso que este estado roza con lo mágico o, por qué no, milagroso?. Sí, millones de años de evolución humana, la ciencia que descifró el genoma humano y los avances y descubrimientos diarios pero... que un ser se forme y crezca en el propio cuerpo y que luego se convierta en una persona, sigue siendo algo mágico. ¡Pobres hombres que no pueden experimentar este estado! La naturaleza nos hizo un regalo maravilloso a las mujeres, poder sentir a tu bebé crecer y moverse dentro tuyo es el regalo más fantástico que me hayan podido dar... además del de mi propia vida.
Estos casi nueve meses fueron un período de conciencia plena de mi presente, de quién soy, del mundo que me rodea. Un período de éxtasis, de sentido de la dirección, de fuerza.
En la modernidad, con las ideas feministas de la "liberación femenina", decir que una mujer se siente plena cuando da a luz es políticamente incorrecto, inaceptable. Respeto desde lo más profundo de mi ser a aquellas mujeres que deciden de forma consciente no tener hijos, admiro esa seguridad y honestidad hacia ellas mismas. ¿Por qué está mal decir que una mujer se siente completa cuando trae a otro ser a este mundo? ¿Por qué está mal que el instinto animal, el instinto más básico, nos gobierne?
¿Por qué las mujeres queremos ser madres? No sé si es entonces este instinto animal de reproducción, si las mujeres somos instrumentos de un Plan Universal, si lo hacemos inconscientemente para conformar el modelo socio-cultural establecido o si, a un nivel metafísico que me cuesta imaginar, son los hijos los que nos eligen como padres. No tengo la respuesta a una sola de estas preguntas pero sólo puedo estar segura de una sola cosa: hoy me doy cuenta que no podría sentirme plena si, al final de mi vida, no hubiese pasado por esta experiencia.
La experiencia de la maternidad no es un sentimiento anodino: nos confronta con nuestra imagen del mundo, con nuestra consciencia del presente y con la fuerza de la vida. Es una experiencia iniciática (y no tengo miedo de usar esta palabra) que nos va a enseñar el significado del amor incondicional. El embarazo me dio una sensación de fuerza insospechada (espero que en el parto también). Las sensaciones más profundas se exacerban, los instintos se despiertan.
Convertirse en madre es ser responsable de su propio cuerpo, estar a la escucha de las necesidades reales, es volverse autónoma. Es realmente crecer y madurar. Me siento, más que nunca, conectada a la Tierra, a un Todo, a las generaciones pasadas y futuras. Siento a la vez una enorme responsabilidad y un reconocimiento infinito hacia esta Naturaleza que me eligió como depositaria de fertilidad.
Y no olvido el rol del padre, del compañero, el rol masculino al lado mío, tan vital como el femenino. Nada puede existir sin su opuesto (es lo que me tatué hace años en mi tobillo izquierdo para tenerlo siempre presente). El rol del futuro papá es axial y fundamental. Es complementario al mío y no me hubiese embarcado en tal aventura sola (mi reverencia a las madres solteras -por opción o no- quienes tienen que asegurar ambos roles).
Mujer y Hombre complementarios en esta maravillosa aventura de la vida.