En el desierto no hay silencio. Nunca. Todo resuena. El viento acaricia las dunas y algunos arbustos pinchudos (los cram-cram que se pegan a la ropa). Se escucha al burro loco que vimos correr al atardecer. Habrá tenido otra visión y pasa corriendo por atrás. La brisa dulce que sentí toda la noche paró de soplar. El gallo insistente anuncia la inminente salida del sol. La arena se enfrió. A medida que pasan los minutos, se empieza a adivinar el contorno de la carpa a unos metros más allá de mis pies. "Están en su casa, si quieren entrar mitad de la noche, háganlo sin preguntar", nos dijo el tuareg antes de darnos la última taza de té, "dulce como el amor". En unos minutos más ya se ve todo muy claro. En el cielo no hay más estrellas. Es de un azul-celeste hermoso. El sol va a salir en cualquier momento, del lado de Tombuctú. Se empiezan a escuchar las voces a lo lejos. Deduzco que hablan tamasheq, suena un poco al árabe. Los bebés se despiertan. Ahora veo la silueta de una mujer pasar por detrás de los arbustos. No estaba en la fiesta de anoche. Estoy acostada sobre una alfombra verde y azul, recién ahora que hay luz veo cómo es. Es lo único que me separa de la arena, aún tibia de los más de 40º que hicieron ayer. La arena está poblada de criaturas. En sólo unos segundos puedo ver a un gran escarabajo, hormigas y unos bichos que saltan como grillos, pero que no son grillos. La arena va tomando un color naranja. La carpa de yute cruje.
Sé que estoy despierta pero mi sueño era mucho más real que esta realidad.
El sol saldrá - ahora sí - de un momento para otro del horizonte. Si no fuera por el sol, me sería imposible conocer los puntos cardinales, hay horizonte a 360º y ningún punto de referencia. Sólo dunas y arena naranja.
Cuando el sol salga y caliente la atmosfera nuevamente, hasta los más de 40º diarios, nuestro hospedador nos llevará en dromedario - de la misma forma que vinimos - de vuelta a Tombuctú, a la casa de Bagna, nuestro anfitrión en la ciudad. Un bela, antiguos esclavos de los tuaregs "en sentido figurado", nos dijo en el auto cuando nos fue a buscar.
Las cabras están todas sentadas mirando al este, a pocos metros del perímetro de las carpas, delimitado con ramas secas. Me hacen acordar a la formación quasi mística de las gaviotas al atardecer en la playa.